CUNAS ROTAS

Cuando era pequeña, los Reyes Magos me trajeron una cuna de madera con dosel que a mí me encantaba. Recuerdo perfectamente cómo era, me gustaba tanto que solo pensaba en que mi madre tendría que dejarme ir con ella al colegio para enseñársela a toda mi clase. Como eso no era posible, mi madre me dijo que invitaríamos a unas amigas a jugar a casa. Y un día, mientras jugábamos a peinar a nuestras muñecas, una de esas amigas, que debía de sentirse muy cansada, decidió meter todo su cuerpo en mi cuna. Se tumbó cómodamente y mi cuna, claro, se rompió. Recuerdo que yo no podía parar de llorar al ver el dosel en el suelo y la madera partida por la mitad, y recuerdo también que lo primero que hice, al ver ese desastre, fue acudir a mi madre en busca de consuelo, y a mi padre para que la arreglara. En ese momento, yo no pensé en solucionar por mi cuenta eso que para mí era una terrible desgracia. Se había roto mi cuna y alguien se tendría que encargar de devolvérmela. Yo no me quedé con mi problema, yo lo entregué.

Cuando somos niños, confiamos, la inocencia no es una meta por alcanzar, sino que representa el lugar desde donde vivimos. Cuando somos niños, creemos en la magia, en lo desconocido, pedimos ayuda, y estamos totalmente disponibles para recibirla. Sabemos que somos queridos, y por esa razón, no nos preocupamos, estamos presentes y siempre dispuestos a jugar. Sin embargo, con el paso de los años, el miedo, la desconfianza, la culpa y la falta de merecimiento comienzan a hacerse un hueco en nuestras vidas. Progresivamente, nos vamos alejando de ese niño inocente, y comenzamos a protegernos, a defendernos, a dudar de la vida y de nosotros mismos, a dar vueltas y vueltas alrededor de nuestros problemas, de nuestras cunas rotas, a dejar que el miedo nos atenace y nos domine. Ya no podemos soltar el control ni volver a confiar en que existe una Fuerza mayor que nos protege, nos sostiene y nos ama.

No sé cuando dejé de soltar y comencé a retener y a guardar miedos y problemas. No sé cuando dejé de confiar y me inicié en el arte de la defensa. Supongo que fue hace muchos años, al hacerme mayor, y al olvidarme de la niña que habita en mi interior. Lo que sí sé es que el principal desafío que la vida me plantea no es el de ser capaz de afrontar vicisitudes y problemas, sino el de ser valiente y volver a vivir desde la inocencia, atreviéndome a entregar, a dejar ir, y a permitir que mi Divinidad se encargue de mis embrollos y dilemas.

Entrega tus cunas rotas, da igual como sean. El Universo del que formas parte, las arregla.

Feliz presente,

Almudena Migueláñez.

Photo by George Barker

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